La oración en santa Teresa

Autor:  Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 

 

“El alma es como un castillo todo un diamante o un claro cristal a donde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas en el centro y mitad tiene la más principal que es a donde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”.

El alma es un castillo donde mora Dios. (Teresa de Jesús)

Somos como un castillo o un “palacio todo de un diamante o muy puro cristal”. Gran dignidad es la del ser humano que “puede tener conversación no menos que con Dios” (1M 1,6).

La puerta para entrar al castillo es la oración.

Santa Teresa es maestra de oración y ella nos habla de cómo podemos orar.

De niña aprendió a orar de sus padres y así creció en un ambiente de oración (V 1). No le resultó fácil orar. Se encontró con las dificultades de incapacidad para discurrir, la insubordinación de la imaginación (V 4,8), y, sobre todo, la incongruencia de vida (V 7,17). Tantos fueron los contratiempos, que estuvo tentada de dejar la oración. El año que estuvo sin orar, su vida estaba perdida (V 19,10). Mas, cuando se entregó del todo a la oración, de ésta recibió grandes beneficios (V 23,2).

La Santa de Ávila es una mujer hecha oración. Ella es “Maestra de oración”. Con frecuencia repite: estando un día en oración... (V 32, 1); estando una noche en oración... (V 38, 16); estando una vez rezando el salmo... (V 39, 17); estaba una vez en oración... (V 40, 20). 

El modo de orar de santa Teresa era muy sencillo. Procuraba traer a Jesucristo presente dentro de ella (V 4,8). Era una oración de presencia, de estarse con él, de hablarle, de mirarle, de escucharle, tratando de amistad y tratando de vivir con él y para él (V 11,13). Su oración estaba centrada en Cristo, en él encontró el “libro vivo”, que le enseñó todo lo que debía saber y hacer (V 26,6). “No os pido más que le miréis”(C 26,3), decía a sus religiosas, tiene que llevar a un trato de amor, donde se crezca en conocimiento de la persona del Maestro y de lo que somos nosotros.

La oración es el mayor bien que podemos tener en esta vida (V 7, 10). La oración es el remedio para todos los males, dejar la oración es perder el camino. (V 19, 13). Con la oración se reciben todas las gracias y mercedes. Santa Teresa había probado cómo estaba su alma sin oración. “Así que todo lo veía trabajoso, como el que está metido en un río, que a cualquier parte que vaya de él teme más peligro, y él se está casi ahogando” (V 23, 12). 

“Las almas que no tienen oración son como un cuerpo paralítico o tullido que, aunque, tiene pies y manos, no los puede mandar...” (1M 1, 6) . 

En ella y por ella descubre las grandes verdades (F 10, 13). Orar es “ver verdades” (V 19, 12), es “a donde el Señor da luz para entender verdades” (F 10, 13), “de ver tantas verdades y tan claras”(CC 1, 25). En ella encuentra y trata a Dios como padre y como hermano y como señor y como esposo (CV 28, 3). Santa Teresa destaca la presencia de Dios dentro de cada persona. “Ya sabéis que Dios está en todas partes... Pues mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y le vino a hallar dentro de sí mismo”(C 28, 2). Por eso el recogerse es fundamentalmente “entrar dentro de sí con su Dios” (C 28, 4). 

Si cualquier método sirve para orar, cualquier lugar es apto para lo mismo pues “¡recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiese traer oración!” (F 10,13). Teresa subraya la soledad, con una referencia explícita a Cristo y a su ejemplo: “Que así lo hacía Él siempre que oraba, y no por necesidad, sino por nuestro enseñamiento”(C 24, 4).

La soledad no tiene que ver con estar solo, sino con lo que nos rodea. Para que el orante tenga la soledad ideal se necesita que el lugar lo acompañe y que la persona deje pasar todos los estímulos. La soledad no es aislamiento, sino una forma nueva de presencia. 

Para orar a solas y en todo momento se necesita echar mano de la paciencia. Bien claro lo tiene la Santa cuando aconseja “que tengan paciencia hasta que el Señor les dé en qué se ocupen y luz, pues ellos pueden tan poco por sí” (V 13, 11). 

Determinada determinación. Teresa es una mujer fuerte, aunque a veces le falta animosidad y osadía y “era menester ayudarme de todo mi ánimo para forzarme”, dice ella (V 8, 7). Vivió los primeros años de su vida religiosa con gran determinación. Y cuando se encuentra con el Tercer Abecedario se determinó a seguir aquel camino con todas sus fuerzas (V 4, 6).

Los que quieren ir por el camino de la oración, “digo que importa mucho y el todo, una grande y muy determinada determinación no parar hasta llegar a ella (beber del agua viva), venga lo que viniere... siquiera se hunda el mundo” (CV 21, 2). “El alma que comienza a caminar con determinación tiene andado gran parte del camino” (V 11,13). “No quiere más Dios de nuestra parte sino ver nuestra determinación para hacerlo todo de la suya”(F 28,19). “Y como él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo”(CV 28,12).

Determinada determinación se necesita para empezar, seguir y perseverar en el camino de oración y de la vida. Para comenzar un camino serio de oración Santa Teresa pone como esencial el arrancar con grandes ánimos, “una determinada determinación,” que tiene que ser radical (V 2,1-4), irrevocable (C20,2), perseverante (2M 1,5). Solamente con esta decisión se podrá caminar en caridad, humildad y desasimiento, para conseguir la libertad que es donación total: “Porque todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de darnos del todo al Creador y poner nuestra voluntad en la suya”(C32,9).

Para orar Teresa aconsejará “discreción”. Discreción “para no atormentar el alma a lo que no puede”(V 11, 15). La vida de oración necesita un equilibrio necesario, por eso para tener una mente sana se necesita orar como se pueda, y no abusar de la mucha penitencia y vigilias (4M 3, 11-14).