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Hablar es plata, callar es oro
Era un experto en repetir las habladurías que
llegaban a sus oídos. “Lo malo no es, dijo el maestro, que las repitas, sino que
cada vez lo hagas con mayor maestría”.
La lengua es un miembro
pequeño, pero puede mucho (St 3,5). Es cierto, con la lengua damos vida o
matamos, ponemos alas en el otro o lo hundimos. La palabra es creativa o
destructiva, según se la use. Una palabra agradable, dicha en el momento
oportuno, ilumina toda la existencia y ayuda a caminar. La palabra sabia
orienta; la palabra cariñosa levanta y da ánimo; la palabra amorosa es fuente de
energía y de bendición. Basta una sola palabra de vida para que la sanación
ocurra al instante en quien la escucha y en quien la pronuncia. Basta, sin
embargo, una palabra hiriente para que el veneno del odio y el resentimiento
aniden en el corazón. Basta una sola palabra para crear discordia, para destruir
una vida, para matar el amor. Hablar es muy fácil; saber callar ya es algo
más serio, requiere prudencia y dominio. Saber hablar a tiempo, en el momento
oportuno, es salvación para quien necesita esa palabra de vida; saber callar
cuando la otra persona no está preparada para recibir un consejo o un reproche,
es sabiduría que no tiene precio. De la vida de Cristo me llama la atención,
precisamente, el uso que hace de la palabra. Fue sincero, leal, acostumbrado a
llamar a las cosas por su nombre. Llamó al pan pan y al vino vino. Con sencillez
enseñó a los discípulos a decir sí o no, según lo exigía la pregunta. La
palabra del Maestro fue amable, penetrante y convincente. Con ella cura, sana,
levanta, anima y bendice. Pero también con su palabra denuncia la ceguera, la
hipocresía, el mal. Él supo hablar para hacer el bien y supo callar ante las
infamias y atropellos que le hicieron. Con su palabra encendía corazones y con
su silencio desconcertaba al enemigo. ¿Cómo usamos la palabra? Hay muchas
personas que usan la lengua para hablar orgullosamente de sí mismos y mal de los
otros. Hay quienes, como víboras, cada vez que abren su boca, arrojan veneno y
pican a los demás. Pero también lo hay que usan la palabra para consolar, para
restituir la fama de los otros, para aclarar chismes, para hablar bien del
prójimo y mejor aún de Dios. Si esto sucede con el hablar, lo mismo acontece
con el callar. Hay personas que callan por cobardía, por quedar bien, por no
comprometerse. Hay personas que tienen la obligación de hablar, de denunciar la
injusticia y la opresión y callan e imponen, a su vez, un silencio sepulcral a
los demás. Hay personas que se pasan toda la vida callados, simplemente por
miedo, por cobardía, porque es más fácil, porque no tienen nada que decir. Sin
embargo, los hay valientes que callan ante los defectos del hermano o cuando
hablan bien de sí mismos o cuando son calumniados e injuriados. Es importante
aprender a hablar y a callar. Es una asignatura pendiente que tenemos todos los
humanos.
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