Descubrir el tesoro
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
Una joven novicia llamó a la Madre Teresa y, llena de gozo, le dijo:
“Madre, durante tres horas he estado tocando el Cuerpo de Cristo. Esta mañana
trajeron a un hombre cubierto de llagas, que lo habían sacado de entre unos
escombros. Nos llevó unas tres horas poder atenderlo. Es por lo que digo que
estuve en contacto con el Cuerpo de Cristo durante ese tiempo. ¡Estoy segura: era Él!
Es verdad: Vamos a Dios por el ser humano. Al encontrarnos con éste, encontramos a Cristo vivo.
En todo seguimiento, en toda búsqueda y encuentro se dan estos tres pasos:
deseo o motivación, pérdida y ganancia, alegría. Nadie sigue a Jesús si no
lo ha descubierto como tesoro, si no está motivado. Nadie está dispuesto a
perder, a dejar algo, si no sabe de antemano que va a ganar. Cuando no hay
motivación, no hay búsqueda y no hay, sobre todo, valor para vender lo que
se posee. Por eso hay que cuidar el corazón: “Hijo mío, por encima de todo
cuida tu corazón, porque en él están las fuentes de la vida” (Pr 4,23).
El seguimiento de Jesús exige conversión, estar dispuesto a perder, a dar la
vida para ganarla. Ser cristiano es seguir a Cristo por amor.
La vida está salpicada de pérdidas y ganancias. Todos quieren ganar, pero
sin dar nada a cambio. El Evangelio propone otro camino: Para tener vida,
hay que estar dispuesto a perderla. Pero nos resistimos a perder y a soltar
amarras. Tenemos miedo a perder, no colaboramos con los otros, y así vivimos
engañados. Para entrar en la dinámica del Reino es necesario tener los
mismos sentimientos y criterios de Jesús (Flp 2,5).
Descubrir a Jesús como tesoro, como lo único importante, lleva consigo una
vida de alegría y entrega. La alegría que da Jesús nadie la podrá quitar (Jn
16,22). Al caminar con él y con alegría, las dificultades se aminoran y
desaparecen, como desaparece el dolor de la madre que contempla el hijo que
ha traído a este mundo (Jn 16,21).
Pedro negó a Jesús (Mc 14,30), dio a entender que ni lo conocía ni tenía nada que ver con él. Lo mismo acontece con el que lo niega ante los demás (Lc 12,9). Desde la actitud del seguimiento tenemos que entender la cruz y el negarse a sí mismo. Negarse a sí mismo no es castigarse o autodestruirse, es olvidarse de uno mismo, del egoísmo, de los propios intereses y adherirse radicalmente a Jesús, centrar la vida en él. Negarse a sí mismo es abrirse al plan de Dios, morir cada día en una actitud de servicio, dispuesto a entregar la vida (Mc 8,35). Negarse a sí mismo es condición para seguir a Jesús (Mt 16,24).
Esto continúa vigente y de urgente actualidad en la espiritualidad cristiana
frente al consumismo, hedonismo y tanto despilfarro... cuando la miseria de
la mayoría es cada vez más profunda, y más ancha y sofisticada la posibilidad de placer y disfrute por parte de una minoría egoísta. Por la negación nos vamos configurando con Jesucristo (Rm 8,29).
Nos ayudará a negarnos haber descubierto el tesoro o la perla y saber que
ganamos más que perdemos. Cristo está en cada ser humano. Éste es el mayor
tesoro que podemos descubrir.