Llamados a servir
Cuando mi mujer murió, cuenta un misionero seglar, mi único estímulo
era ocuparme en la educación de mis hijos y hacer el bien. Por mi
imaginación desfilaron toda una serie de sacerdotes santos. Entonces pensé en ser sacerdote.
Una noche, como de costumbre, el mayor de mis hijos se acercó a pedirme
la bendición antes de acostarse.
– ¿Qué te pasa?
Se sentó junto a mí. Callaba.
– Quiero..., rompió al fin en voz baja, quiero ser sacerdote.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
– Hijo mío, le respondí abrazándole, lo seremos los dos.
Pocos años después, el día de Pascua, los dos elevábamos juntos la
Hostia consagrada.
Como la semilla produce fruto abundante en el buen terreno, así también las
vocaciones surgen y maduran en la comunidad cristiana. Pero es en la familia
donde nacen los primeros brotes de la vocación. El ejemplo de los padres es
imprescindible para cualquier llamada.
Ya en los comienzos de toda vocación surgen las primeras dificultades:
“Yo no sirvo para...”. Pero el Señor responde como a Jeremías y a tantos
otros:
“No digas: soy un muchacho, pues a donde te envíe irás; y lo que te mande,
lo dirás. No tengas miedo que yo estoy contigo” (Jr 1,7-8).
Fue en la llamada donde Pedro sintió la mirada y el amor de Jesús, que lo
invita a cuidar las ovejas, a seguir los mismos pasos del Buen Pastor, que
no ha venido a ser servido, sino a servir (Mc 10,45).
El sacerdote es un servidor en medio de la comunidad de servidores.
“Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y
supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo transparencia suya en
medio del rebaño que les ha sido confiado” (Pastores dabo vobis, 15). Jesús, el
Pastor que ha venido a servir (Mt 20,28), deja en el lavatorio de los pies
el modelo de servicio que deberán ejercer unos con otros.
“El presbítero deber ser, en su relación con todos los seres humanos, el
hombre de la comunión y del diálogo... Está llamado a establecer con todas
las personas relaciones de fraternidad, de servicio, de búsqueda común de la
verdad, de promoción de la justicia y de la paz... de manera especial con
los pobres y los más débiles” (Pastores... 18).
“Cree lo que lees, enseña lo que crees, practica lo que enseñas”, dice el
Obispo al ordenando. La tarea no es fácil. Para ello necesitará mucha oración, el apoyo de los cristianos y clavar fuertemente los ojos en Jesús para, como él, entregar la vida sirviendo cada día.
¿Animarías a tu hijo si te dice que quiere ser sacerdote? La palabra y el
ejemplo de los padres y de una comunidad cristiana son decisivos.