Viva y ore con calma
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
“Voy de prisa porque la vida es corta y tengo muchas cosas que hacer. Cada uno trabaja a su manera y hace lo que puede”. Así se expresaba Voltaire preso por el frenesí que le llevaba a escribir tragedias en quince días. Así vive mucha gente o, mejor dicho, no vive porque quiere beber toda la vida de un solo trago.
La prisa, la velocidad son regalos de nuestra sociedad tecnificada. Así, la prisa se ha convertido en uno de los rasgos más característicos de nuestra manera de pensar, de hablar y de vivir. Llevamos la rapidez en nuestras venas, como si la vida resultara demasiado corta, y quisiéramos apurarla en cada momento viviendo con ansiedad y preocupación. “La preocupación nunca roba su tristeza al mañana, sólo le resta fortaleza al hoy” (A. J. Cronin). Así no vivimos, quemamos etapas y somos fácil presa del infarto.
Vivimos en el tiempo del microondas, de lo fácil, de lo rápido. No podemos vivir en la inactividad; preferimos la actividad sin descanso, aunque no tenga sentido. No es nuestro tiempo apto para construir murallas, pirámides y catedrales. Y como no edificamos con bases sólidas, fácilmente se derrumba todo lo hecho y se vienen abajo nuestros proyectos.
Sin envidiar el pasado, sí tendríamos que echar una mirada retrospectiva y aprender de nuestros antecesores, maestros del ocio, del sosiego, de la contemplación. Es saludable no perder la capacidad de disfrutar de las cosas pequeñas, de lo bueno que nos acontece cada día y admirar las maravillas que hay en la naturaleza, que es maestra de trabajo, de no adelantar el tiempo y las estaciones. Hacerse un roble, una caoba, una persona... lleva su tiempo. Miles de años se necesitan para alumbrar una nueva especie.
El futuro no es problema del hoy. No hay que ser aprensivo acerca del futuro. Lo que ha de venir está en las manos de Dios. “No os preocupéis del mañana... Cada día tiene bastante con su tarea” (Mt 6,34). Es importante mentalizarse para vivir al día, sin esperar resolver todos los problemas al mismo tiempo.
Es necesario cambiar nuestros hábitos de pensar, hablar y actuar alocadamente, pues “si no cambiamos nuestro rumbo, probablemente lleguemos a donde nos dirigimos” (proverbio chino). Y muchas veces nos dirigimos a nuestra autodestrucción.
Es necesario, pues, sacar tiempo para el ocio, para mirar las estrellas, los amaneceres y atardeceres. Es preciso sacar tiempo para orar, pues ésta es la queja de mucha gente: “No tengo tiempo”. No tengo tiempo ni siquiera para orar, porque son muchas las obligaciones, el trabajo, los compromisos sociales, el estudio...
No hay tiempo tampoco para ofrecer una sonrisa, un consuelo, escuchar a alguien... Si dependiera de nosotros, no tendríamos tiempo para morir; pero la enfermedad y la muerte no nos avisan, y cuando llegan tenemos que dejar todo lo atrasado y todo lo que podríamos hacer.
Es bueno pensar y pensar despacio. Es mejor aprender a hablar despacio. Es estupendo comenzar de nuevo como un niño a dar los primeros pasos, a dar el tiempo a cada cosa y a cada lugar... No hay que tener prisa, pues lo que sembremos lo tendremos por toda la eternidad.
Una vez más, para poder cambiar nuestra manera de pensar, de caminar y de actuar, necesitamos la ayuda de quien vive desde toda la eternidad y no tiene ninguna prisa, pues le queda aún todo el tiempo por delante.
Y Dios no tiene prisa. Para comunicarse con nosotros tiene todo el tiempo. Así mismo nosotros, para dialogar con él, para orar, tendríamos que hacerlo con calma, sin prisas, sabiendo lo que decimos.